
Para un hijo del Caribe, precisamente antillano como dijo el poeta, el paso de las diferentes estaciones en un país cuyo
clima así lo permite reviste un carácter casi mágico. Es así pues los países del Caribe nos tienen acostumbrados a un verano
perpetuo que es apenas suavizado por una “brisa navideña” en diciembre. No es que eso no tenga sus encantos,
claro. Pero tampoco se puede negar el hecho de que cada estación real tiene su magia particular. Personalmente, no creo
que pueda citar una preferida: la llegada de cada cual se celebra por la novedad que trae, pues la estación anterior ya empezaba
a cansar. Cada estación invoca su propio sentimiento. Verano y el sol ardiente, playa y arena. El otoño con su gama de colores
definitivamente nos hace soñar. Ver la nieve caer y caer silenciosamente en un invierno desde la ventana de una habitación
confortablemente caliente, es sin duda muy placentero, aunque es posible que sea absolutamente deprimente para quien lo experimenta
desde un rincón en soledad. Pero la primavera es el renacer. No es el momento de soñar, sino de convertir los sueños en realidad.
Pedro Miranda C. Noviembre, 2004
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